martes, 2 de diciembre de 2014


Acostumbraba a perseguir seísmos
por sus párpados dormidos; en ellos
adivinaba signos 
de espléndido arrecife.

Si huían ágiles, escuchaba
dromedarios de vidrio
partiéndose en aullidos, multitudes
avanzando por la plaza,
ruidos bruscos de tropiezo,
la caída sin pulmón
y el precipicio.

Si lentos 
tensaban para abrirse,
olía robles, vivía sauces,
sentía brazos entregándole 
su búcaro amarillo.

Pero si pronunciaba palabras
-cuando sus párpados dormidos-,
cubierto con la sábana,
evocaba canciones o facturas
para no entender nada;
no fuera que avanzaran hoces,
martillos, a demoler sueños.



                                                  -de Los Ingenios del Tedio-




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